Doxa Ceramística
Inesperadamente y como sucedió hace siglos en culturas varias, la radical distinción filosófica entre empirismo y racionalismo ha regresado en nuestro globalizado siglo XXI. El mediatismo actual está involucrado en este neo cisma y, ahora, los empiristas actuales son los ganadores de la escisión. Por ejemplo, podemos tranquilamente suponer que, si desapareciese lo vivo de La Tierra, paradójicamente las cosas que lo rodeaban podrían considerarse hoy ‘avivadas’ por un imaginismo mediático en un sentido muy diferente al de la vida biológica como la percibe la ciencia, un sentido más bien fenomenológico. Ya en la antigua Grecia y sin que negara la existencia de otros elementos, Heráclito propuso al fuego como elemento extremo: el fundador y destructor de todo. Ciertamente veía al fuego como un logos móvil e imperturbable en su (in)consistencia y efecto. Más adelante, John Locke le cerró a la percepción el acceso directo al pasado, proponiendo un presentismo totalitario dentro de un esquema guerrerista anti cartesiano. Fue Immanuel Kant quien tendió un puente filosófico entre el empirismo inglés y el racionalismo francés, proponiendo ¡nada menos! que una compleja fusión entre ambas maneras. Sentada la bipolar solución kantiana, fue posible el desarrollo de las revoluciones industriales y científicas, pues sabios y dioses no competían entre sí ante novedades epistemológicas. Sin embargo, y aplicando cierto psicologismo jungiano, lo forzadamente fusionado tiende, tarde o temprano, a separarse y la cultura mediática ha llegado a separar lo unido por el culto kantiano. Después de ir varias veces a La Luna y no encontrar nada -y no teniendo los humanos la tecnología para ir personalmente más allá del Sistema Solar-, la miniaturización electrónica creó universos particulares dentro de transmisores celulares, que realmente no son universos particulares sino una sola y única macro cultura psicoanalítica (inflada pero acomplejada) transmitida y regurgitada a trillones de celulares y computadoras particulares.
Por eso, es la cultura mediática la que ha despertado nociones pre kantianas como la del (neo) empirismo. Si el paraíso es transmisible y transportable en un teléfono celular, la necesidad de una metafísica es auto validada por la verificación electrónica en tiempo real. Y si el mundo está reducido a la micro transmisión, ¿qué hay de lo grande, de lo que no cabe en el bolsillo pero que sigue martillando el instinto epistemológico como los mares, los volcanes o el planeta mismo entendido como objeto? Si en menos de un siglo efectivamente nuestra experiencia vital se ha reducido a lo miniaturizado y a lo inmediatamente transmitible, ¿cómo pensar lo enorme y contundentemente avasallante, lo aparentemente inasible por la electrónica como el pasado cósmico, el mar, los volcanes, La Tierra, el sistema solar, este universo, otros universos, las galaxias, los largos ciclos galácticos que les otorgan formas dispersas a las galaxias? ¿Cómo pensar los tiempos de cuando no haya humanidad? Y ¿cómo pensar lo temporal galáctico sabiendo que la temporalidad terrestre opera diferentemente a las temporalidades galácticas?
Dentro de esta alta temperatura conceptual opera la obra de Bernardo Montoya en Piroplástica. El tema de la sensación residual humana, la sensación de perdidumbre -esbozada ya por Heráclito y enfatizada en el Existencialismo y en Deleuze/Guattari- es el tema central de la exposición. En la muestra Cuerpos celestes YKW de 2019, por ejemplo, vimos pinturas pastosas y gruesos cúmulos de detritus pictóricos por el suelo (y un microscopio para observar mini galaxias), y sobre la que Beatriz Eugenia Díaz, en el texto de presentación de la muestra, refirió:
A simple vista podrá ver desprendimientos que presagian la dispersión final. Se preguntará si estaba destinado a ser absorbido por partículas atmosféricas. […] El desvanecimiento podrá durar unos pocos minutos, pero una fuerza que lo elonga actuará haciéndolo perder la noción del tiempo […] ¿Cree haber visto una roca? Era solo polvo cósmico. […] Cada tanto, una corriente perpendicular se reanudará para recordarle que cada forma del mundo es provisional. [1]
Parece que Montoya logró aterrizar en alguna parte o haber regresado a La Tierra exactamente en el Cinturón de fuego del Pacífico y haber centrado su atención en las decenas de volcanes de ese casquete terráqueo. Más que atención, en sus caminatas volcánicas el artista ha adquirido la conciencia de que, geológicamente, nuestra tibia Tierra es un sencillo ensamblaje de cuatro casquetes que no sabremos nunca si están en proceso de cicatrización o en cualquier momento podrían erupcionar algunos volcanes y desarmar al planeta en cuatro casquetes irregulares que jamás podrán volverse a juntar[2]. Con la erupción de un solo volcán como el Yosemite -que pertenece a este cinturón- desaparecería la vida en La Tierra como la conocemos,[3] pero quedaría viva la carcasa planetaria, ya sin molestos humanos que humanizan todo hasta la náusea, una repulsión que, en el contexto de esta exposición Piroplástica de Montoya, adquiere la connotación post humana de repulsión cósmica.
¿Es pensable el planeta sin humanos, sólo como paisaje donde un solo evento en el que cuatro casquetes nunca totalmente unidos podrían continuar formando La Tierra o separarla para siempre? Ciertamente con los mass media todo es pensable, imaginable y cinematográficamente rebobinable ¡Científicamente claro que sí es posible! Según la teoría vulcanológica (siempre en estado de teoría por la imposibilidad humana de sondear el centro de La Tierra), la posible erupción, más o menos simultánea, de media decena de volcanes de los cuatro cinturones de fuego podría separar el planeta en cuatro casquetes y mandarlos a orbitar fuera del sistema solar. El estudio desde La Tierra -a larga distancia y por medio de gigantescos telescopios- de meteoritos enormes originados de la misma manera, son la prueba de esta maravilla pirotécnica. Sin embargo, surge una altísima probabilidad de que, si todo esto es pensable, también es posible que el universo y el pensamiento sean contingentes: (anti)estructuras ni (im)posibles ni (in)necesarias.
Lo que parece una cuestión pueril para los artistas, que se separan de sus obras y las ven como galaxias autónomas, para los filósofos es una cuestión fundamental, pues la filosofía se pregunta si lo creado o lo pensado realmente es separable del creador o pensador; si es posible desligarse tempo-espacialmente de lo pensado o percibido. El filósofo Quentin Meillassoux, en Después de la finitud[4], nos ofrece una respuesta implosiva: es posible pensar en los tiempos de antes y después de los humanos si y solo si aplicamos la forclusión: la eliminación de los defectos epistemológicos humanos, de la mente, para proponer enunciados post mentales; si pensamos como humanos para llegar a conclusiones post humanas o de cuando no haya humanos en el cosmos. Como mecanismo epistemológico esto no es muy diferente a lo planteado por Kant, solo que en la forclusión de Meillassoux -que parece que ocurriera dentro de una película de Tarkovsky- desaparecen las deidades, los humanos y la humanística en general, para poder así el instinto filosófico unificarse con el universo (con o sin humanos incluidos).
Piroplástica trata de todas estas cuestiones, pero conviene detenerse un momento en las obras para entender cómo aparecen, aunque todo podría ser un solo ente piroplástico viviendo su tiempo particular. Montoya amasó y coció miles de pequeñas esferas cerámicas. Con estos módulos puede formar piezas autónomas o instalarlas en el espacio. Las piezas autónomas son ensamblajes cocidos de esferas que, como entes vivos, llegan a adquirir formas muy diferentes, aunque dentro de un esquema vertical. Las esferas -como lo vida biológica- van estratificándose hasta cierta altura para no colapsar. Las esferas sueltas se expanden horizontalmente, como la sopa multidimensional que producirá la verticalidad o la sopa del colapso volcánico: el después de la finitud, la eternidad que, como diría Meillassoux, es capaz de entenderse a sí misma sin humanos. Las obras impresas representarían la posibilidad de la cultura, pero como en toda obra de arte (y en la distribución genética) y más en las obras gráficas: todo podría haber sido impreso de otra manera.
Ciertamente las galerías de arte son como el papel en blanco o el volcán sin erupcionar. Han servido incluso para hacer arte fuera de ellas. Pero las galerías son, en este punto del desarrollo del arte, entes capaces de auto percibirse a sí mismas, con o sin arte, con o sin humanos. Exposiciones como Piroplástica nos recuerdan que de pronto nada ha cambiado mucho: en el comienzo hubo barro y al final habrá barro. Y habrá barro sin haber comienzo ni final y habrá arte humano sobre el universo sin humanos.
Con la idea de doxa, Parménides quería criticar a su colega Heráclito. Este se lo tomó en serio y doxificó todo: el acontecer es una idea que ahora, en la era del tiempo real, nos fustiga permanentemente. Puede que, en las galaxias entendidas como unidades autónomas, donde realmente se creó el barro universal, el tiempo suceda sin suceder y sin relojes.
Fernando Uhía
Julio del 2024
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[1] Texto completo de Beatriz Eugenia Díaz sobre la exposición Cuerpos celestes YKW de Bernardo Montoya:
https://www.saloncomunal.co/cuerpos-celestes-expedicion-ykw-000
[2] https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/palpitante-cinturon-fuego_15178
[4] Meillassoux Quentin. Después de la finitud. Buenos Aires: Caja negra editora, 2018. Original de 2006.